En el año 1971, el científico francés Michel Siffre se embarcó en uno de los experimentos más fascinantes (y desconcertantes) de la ciencia moderna: vivir aislado durante más de seis meses en una cueva sin acceso a la luz solar, relojes o cualquier indicio externo del paso del tiempo. Su objetivo era estudiar los ritmos circadianos humanos, aquellos ciclos biológicos que regulan nuestro sueño, vigilia y otras funciones vitales, para entender cómo funcionan cuando estamos completamente desconectados del mundo exterior.
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La cueva elegida para este experimento fue Midnight Cave, ubicada en Texas, EE. UU. Con la ayuda de un equipo en la superficie, Siffre se instaló en las profundidades, llevando consigo solo lo necesario para sobrevivir: alimentos, agua, una tienda de campaña y equipo de monitoreo. El científico se comprometió a registrar sus actividades diarias, como comer y dormir, mientras reportaba periódicamente sus estados físicos y emocionales a través de un cable telefónico.
La idea era sencilla en teoría: al eliminar los estímulos externos, Siffre esperaba observar cómo su cuerpo y mente ajustaban su «reloj interno». Lo que no anticipó fue el efecto psicológico y emocional devastador que tendría el aislamiento total. Sin acceso a la luz natural, el cuerpo de Siffre comenzó a seguir su propio ritmo. Durante las primeras semanas, sus ciclos de sueño y vigilia se alargaron, pasando de las habituales 24 horas a períodos de 30 o incluso 36 horas. Esto significaba que, sin darse cuenta, Siffre «perdía» días completos.
Perdió por completo la noción del tiempo
El aislamiento también tuvo un profundo impacto en su mente. Con el tiempo, empezó a experimentar un estado de confusión constante, perdiendo completamente la noción del tiempo. En un momento del experimento, incluso llegó a conseguir adaptarse a un ritmo de 48 horas despierto. Su sensación del presente y el futuro se desvaneció, atrapándolo en un estado mental en el que todo parecía suceder en un único y eterno «ahora».
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Después de 180 días bajo tierra, los resultados del experimento fueron sorprendentes. Siffre descubrió que, sin luz solar ni referencias externas, el cuerpo humano aún mantiene un reloj interno, aunque tiende a desajustarse, funcionando de manera más errática. Estos hallazgos sentaron las bases para entender mejor los ritmos circadianos, especialmente su relación con la luz y la melatonina.Sin embargo, el experimento también reveló los riesgos del aislamiento prolongado: la soledad extrema afectó gravemente la salud mental de Siffre, haciéndolo propenso a la depresión y los estados de desesperación.
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